El ligamento cruzado anterior es principal estabilizador de la rodilla, tanto en sentido antero-posterior como rotacional (aproximadamente 90% de la fuerza). Limita el desplazamiento anterior de la tibia con respecto al fémur, la rotación tibial y la angulación en varo o valgo de la rodilla cuando está en extensión completa. Se inserta en el fémur y en la tibia y está compuesto de dos fascículos.
Es el ligamento que más frecuentemente se lesiona en deportes de contacto o giro como el fútbol, fútbol americano, rugby, esquí, entre otros, llegando a ser 30 veces más frecuente que la lesión del ligamento cruzado posterior..
Es la causa más frecuente de hemartros (derrame con sangre dentro de la articulación) en traumatismos agudos.
Clínica:
El paciente, el deportista, puede sentir un dolor fuerte, un “crujido”, o la sensación de que algo se le rompe o se le destensa dentro de la rodilla, en el momento en que se produce la lesión.
Generalmente, en las roturas agudas completas, el deportista no puede seguir jugando, el dolor es intenso e invalidante al apoyar el pie en el suelo o intentar caminar.
En unas horas se producirá un derrame importante, por sangrado, dentro de la rodilla, complicando la exploración clínica. En los casos en que hay rotura de la capsula articular el derrame articular (si hay sangre en la rodilla se llama hemartros) no se queda a tensión dentro de la rodilla, se va por la pierna hacia abajo. En los casos con rotura parcial o rotura intra-sustancia o rotura completa sobre una lesión previa incompleta el derrame puede ser menos marcado. Con frecuencia si el paciente tiene derrame a tensión, por una rotura aguda, está indicada la evacuación que permite aliviar el dolor, facilita la exploración clínica posterior, permite identificar si hay o no grasa en la sangre (señal de lesión del hueso) y puede acelerar y mejorar la recuperación funcional. Es frecuente que el paciente no pueda extender la rodilla completamente y tenga dolor en la cara interna de la misma.
Tratamiento
La cirugía del ligamento cruzado se considera una cirugía de calidad de vida, no obligatoria. Generalmente, excepto en atletas de élite, se prefiere la cirugía diferida, cuando ha bajado la inflamación, la rodilla ha recuperado su rango de movilidad y el dolor no va a comprometer la rehabilitación post-operatoria. Así se reduce el porcentaje de complicaciones.
La cirugía suele estar indicada en los pacientes jóvenes y activos, deportistas o no. La edad en la que se recomienda la reparación del LCA ha ido aumentando en la medida en que los resultados con las técnicas de reconstrucción son más y más fiables y los pacientes han ampliado su actividad deportiva a edades cada vez más avanzadas.
La rotura del LCA creará una inestabilidad crónica de la rodilla, provocando en el paciente la sensación de inseguridad en la misma, limitando la actividad física, laboral o deportiva y muchas actividades de la vida basal que implican giros de la rodilla. Si el paciente sigue realizando deportes de contacto o actividades de impacto la historia natural es que, a la larga, cada vez haya un porcentaje mayor de pacientes con lesiones asociadas otras estructuras de la rodilla, meniscos o cartílago, predisponiendo al desarrollo de una artrosis precoz.
Sin embargo la prevención de una teórica artrosis no es una indicación para cirugía de reconstrucción del LCA. Algunos deportistas han podido superar esta lesión y tener rendimientos deportivos de élite, con el cruzado roto. El dolor y la limitación funcional son los que determinan la indicación de cirugía. Los resultados son satisfactorios en más del 90% de los pacientes, quienes recuperan el nivel de actividad previa.
En algunos casos la cirugía puede no estar indicada o ser una opción secundaria. Si el paciente es un deportista ocasional que se ha lesionado y en su vida basal no tiene grandes exigencias físicas, si puede renunciar o modificar algunas de sus actividades deportivas ocasionales, si el paciente es mayor de 50-60 años, la rotura no es completa o la rodilla tiene, tras pasar la fase aguda y de potenciación del cuádriceps y de los isquiotibiales, una inestabilidad mínima o inexistente y en aquellos casos en que existen signos artrósicos importantes la cirugía no es el procedimiento de elección.
Es importante en estos pacientes mantener un programa continuado de rehabilitación y potenciación muscular y modificar algunas actividades. El uso de ortesis o rodilleras de estabilización se aconseja sólo, puntualmente, para ciertas prácticas deportivas, no para las actividades de la vida diaria.
Aquellos pacientes que además de la lesión del LCA presenten una lesión de los meniscos sintomática (hasta el 50% de las lesiones del LCA pueden asociar, a la larga, roturas de los meniscos) pueden someterse a cirugía para reparar solamente las roturas inestables de los meniscos, cuya recuperación es más rápida que la del LCA.
La cirugía suele estar indicada en los pacientes jóvenes y activos, deportistas o no. La edad en la que se recomienda la reparación del LCA ha ido aumentando en la medida en que los resultados con las técnicas de reconstrucción son más y más fiables y los pacientes han ampliado su actividad deportiva a edades cada vez más avanzadas.
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